
La guerra en Ucrania provoca una fuga masiva de científicos rusos, afectando al progreso y aislándolos globalmente. En solo un año, se pierde décadas de esfuerzo.
Dieciséis meses después de que Rusia invadiera Ucrania, desencadenando un conflicto prolongado sin avances significativos para ninguna de las partes involucradas, las consecuencias negativas de la contienda son cada vez más evidentes. Además de los problemas económicos y el aislamiento internacional que afectan a Moscú, se vislumbran perspectivas sombrías para el futuro del país.
A pesar de que estas circunstancias se desarrollan gradualmente, las estadísticas ya revelan una realidad inquietante: se está produciendo una migración masiva de científicos e investigadores, aquellos responsables de sentar las bases para el progreso y los descubrimientos de las próximas décadas.
Este asunto no puede considerarse trivial, ya que afecta a múltiples generaciones. La partida de los actuales genios conlleva la pérdida de la oportunidad de formar a jóvenes talentosos, dejándolos con la única alternativa de emigrar para continuar su desarrollo. La guerra está generando consecuencias en todos los aspectos para Rusia, y los efectos específicos de esta problemática podrían implicar la pérdida de muchos años para el país.
En un lapso de tan solo cinco años, Moscú ha visto emigrar a alrededor de 50.000 científicos, según informó un destacado miembro de la Academia Rusa de Ciencias a Interfax. Aunque esta tendencia ya estaba presente antes del conflicto, la situación se ha exacerbado con la guerra en Ucrania.
Es relevante señalar que Rusia experimenta un periodo de aislamiento a nivel mundial, y los servicios de seguridad están rastreando activamente posibles amenazas internas. La comunidad científica está bajo estrecha vigilancia, y acciones aparentemente inofensivas, como participar en conferencias en el extranjero o publicar en revistas internacionales, pueden resultar en acusaciones de traición.
En este clima de persecución y falta de oportunidades, muchos optan por abandonar el país, primero para salvaguardar sus vidas y luego para proteger sus carreras en la investigación. Este entorno, lógicamente, no favorece la realización de grandes avances, y la ausencia de contacto con el extranjero, privándolos de la posibilidad de comparar resultados e intercambiar ideas, tampoco contribuye positivamente.
No es la primera vez
A lo largo de la historia, Rusia ha experimentado situaciones similares en momentos críticos. Sucedió en 1917, durante la Revolución Rusa, y nuevamente en la década de los 90, tras la desintegración de la URSS. En situaciones de intensa presión sobre el conocimiento, como la actual, los científicos tienden a buscar trasladarse a lugares con regímenes menos opresivos que les permitan progresar.
Tras la apertura de fronteras en 1991, muchos científicos rusos de renombre internacional se mudaron principalmente a Occidente, especialmente a Estados Unidos. Posteriormente, sus antiguos alumnos, un grupo significativo de posdoctorados, siguieron sus pasos, dejando al país carente de conocimiento y atraídos por nuevas oportunidades.
Estas migraciones se debieron a la escasa financiación, la falta de aplicaciones prácticas de la ciencia en las universidades, la limitada perspectiva de crecimiento para los jóvenes y el deseo de conocer otras culturas. Durante las últimas tres décadas, Rusia buscó cambiar este patrón, implementando medidas para incentivar a los investigadores y fomentar el retorno de estas mentes brillantes.
Sin embargo, la guerra en Ucrania ha dado al traste con este periodo de prosperidad, anulando las escasas libertades ganadas y desmantelando los institutos democráticos establecidos. A pesar del éxodo masivo, algunos científicos optaron por quedarse por razones personales, ya sea para cuidar a sus familiares o por su compromiso con sus alumnos. No obstante, su aislamiento del mundo representa una noticia desalentadora para el progreso.
En la Guerra Fría, existía un diálogo científico internacional que en la actualidad brilla por su ausencia. Es evidente que no puede haber avances significativos en cuestiones globales como el cambio climático sin la participación de Rusia, un país demasiado grande y poderoso para ignorar.
Las estimaciones sugieren que entre medio millón y un millón de personas ya se han exiliado de Rusia, aunque estas cifras podrían ser aún mayores. Lo que queda claro es que destruir resulta mucho más fácil que construir, especialmente en el ámbito científico, y en solo un año se ha perdido lo que tres décadas de esfuerzo lograron construir.